
Otra versión de la dicotomía entre realidad e irrealidad, entre lo natural y lo artificioso, entre lo escueto y lo complejo aparece reflejada en esta nueva exposición de Foncanetti. A primera vista parecen mundos antagónicos y, sin embargo, cada cuadro se podría analizar desde cada una de estas visiones y su contraria.
El gran lienzo que centra la muestra parece resumir todas estas paradojas. Un gran paisaje orgánico, "Paisaje antropomórfico", vertiginoso articulado en perspectivas imposibles, alberga una inquietante arquitectura de cuento. ¿Qué albergan esas torres almenadas o las innumerables estancias cuajadas de ventanas, esos patios desnudos? ¿Qué estilo comunican o a qué referencia de época nos remiten? ¿Por dónde se accede? ¿Un espacio donde no vive nadie y nadie lo pasea?... Aparentemente. Sus habitantes son las piedras de sus paredes, los guijarros de los caminos, las ramas de los árboles, los remates de las estrías verticales de sus barrancos. Su cielo es turbador y tranquilo. Múltiples ojos parecen observarnos y las caras que los albergan van cobrando vida. Es el paisaje el que nos mira irónico y quizás nos interroga. Sólo en un plano más distante, una bahía y su puerto sugieren un cierto trajín laborioso.
Acerquémonos al autor a través de otras de sus constantes pictóricas: el agua y la luz. En el cuadro “Tres barcas” la oscura noche de azul intenso refleja sus brillos en una boya en calma. Se trata de un paisaje construido en vertical, las barcas ocupan el espacio que corresponde al cielo y cierran la composición en el borde superior, casi a la manera de los paisajes flamencos.
Un cuadro antagónico “Bajamar” se expresa al revés, también en vertical. El cielo luminoso confundido en el horizonte con la línea del agua conduce la mirada a un barco encallado en la arena inferior.
Los limos verdosos que cubren los amarres de otras barcas y el agua verde de un brumoso paisaje norteño – ya conocidos desde una exposición anterior- han sido modificados o incluyen añadidos. Y aquí es donde entra una casi adicción del autor: los pequeños habitantes. Los cangrejos, escarabajos, lagartijas, pájaros y multitud de insectos invaden cuadros de antaño, reptan por impenetrables raíces o se mimetizan con las flores blancas de un bodegón que combina la transparencia del cristal y del agua con las telas limpias que traducen los pliegues de la tela.
Y si hemos iniciado el comentario con un cuadro inquietante, concluimos con otro que no lo es menos: una escena de "Acqua alta" en Venecia. Un lateral oscuro, casi sin matices se entreabre y por él asoma una mujer enjoyada. ¿Nos recibe o nos despide? Esa ambigüedad pretende. Al lado, un lateral brillante y claro, expresionista en el color de sus ladrillos y en el de sus revocos. Y el agua unifica las dos mitades antagónicas.
Como siempre, el agua.
Isabel Tuda: Conservadora - Jefe de colecciones Museo de Historia de Madrid.